Las manzanas son de esas frutas que compramos con la mejor intención: para el lunch, para un snack rápido, para el desayuno. Pero pasa algo muy común: después de unos días en el refrigerador, empiezan a ponerse aguadas, harinosas o con manchas marrones.
¿Por qué sucede? Principalmente porque las manzanas continúan respirando después de cosecharse. Durante ese proceso, liberan etileno, un gas natural que acelera su maduración. Además, cuando la piel se golpea o la pulpa queda expuesta al aire, las enzimas hacen que se oxide y cambie de color. Eso no solo afecta la apariencia, también la textura y el sabor.
La buena noticia es que hay una manera muy sencilla de mantenerlas en su punto perfecto por más tiempo: frescas, firmes y crujientes. Y no, no requiere técnicas complicadas ni ingredientes extraños. Solo un frasco de vidrio, un cuchillo y, si quieres, unas gotitas de limón.
El truco:
- Lava bien las manzanas.
- Pártelas en gajos y retira completamente las semillas y el corazón. Al remover esta parte, se reduce la oxidación y la liberación de etileno dentro del almacenamiento.
- Coloca los gajos dentro de un frasco de vidrio con tapa hermética.
- Si deseas mejorar aún más la conservación, agrega dos o tres gotas de jugo de limón antes de cerrar. Esto ayuda a evitar el oscurecimiento natural.
- Cierra bien el frasco y refrigera.
Así, los gajos se mantienen frescos y crujientes hasta por 20 días. Sí, veinte. No se arrugan, no se ponen cafés y no pierden ese “crunch” delicioso al morder.
Este método es perfecto para planear snacks saludables, preparar lunch para la semana, o simplemente para tener fruta lista y accesible cuando da el antojo de algo dulce pero ligero. Además, ayuda a evitar el desperdicio de comida y te ahorra tiempo diario en la cocina.